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¿En qué momento la desinformación se convierte en una amenaza social?  

La elaboración y difusión de información falsa o engañosa es una práctica negativa que viene de tiempos inmemorables, pero se hecho más notoria hoy día por la existencia de las redes sociales, sitios web y otros medios digitales.   Personas, profesionales, empresas, organizaciones, familias, podrían verse perjudicados por campañas de desinformación, en un momento determinado.  

El escenario político no es la excepción. Organismos de diferentes países del mundo están alertando sobre el peligro que representa la desinformación para los procesos electorales.  

Pero ¿de qué manera se da esta amenaza? Rafael Rubio, asesor internacional en comunicación, tecnología y democracia, durante su participación como expositor del webinar “Desinformación Electoral”, organizado por el Instituto de Estudios Democráticos (INED) del Tribunal Electoral de Panamá, expuso su posición al respecto.  

El también catedrático e investigador universitario inició su exposición advirtiendo que es importante distinguir entre el concepto de desinformación, cuya definición propiamente aún está en debate, y el de “fake news”. Este último término no debe emplearse ni en el ámbito académico ni en el de los medios de comunicación. Entre otras razones, porque al interpretarse como “noticia falsa”, se da una imprecisión académica. Por otro lado, porque este término se popularizó por los gobernantes para atacar a los medios de comunicación críticos, restándoles validez, “desactivando cualquier tipo de debate crítico que pueda surgir de la labor que realizan”.  Por estas razones la comunidad académica “no suele utilizar el término fake news”, explicó Rubio.  

Al referirse al escenario electoral, Rafael Rubio, quien además es autor de diversas obras e investigaciones, se inclina por el concepto de “disfunciones informativas”, en lugar de desinformación.  

Describe la desinformación como un proceso cíclico que incluye la creación o selección de información intencionada que busca engañar a la sociedad. La clave del éxito de este proceso puede darse al momento de que diversos “actores se incorporan a ese ciclo desinformativo, de manera voluntaria y no intencional, que acaben entendiendo que eso forma parte de la desinformación y lo acaben distribuyendo de forma voluntaria y sin voluntad de desinformar”.  

Inicialmente, la fuerza de la desinformación es impulsada por quienes la originan. Pero se convierte en una verdadera amenaza cuando, personas que no tienen la intención de desinformar, comienzan a creer en esa información falsa o fuera de contexto y la distribuyen dentro de sus círculos de confianza, destacó Rubio.  

Este es un aspecto relevante porque si la desinformación dependiera únicamente de campañas estructuradas y malintencionadas, su impacto sería limitado. A pesar de los recursos, les costaría alcanzar audiencias masivas con credibilidad. Cuando no se tiene conciencia de estar difundiendo falsedades, se corre el riesgo de ampliar de manera exponencial el alcance y peligrosidad de la desinformación, acotó.   

El expositor destaca cuatro elementos para definir la desinformación:  

  • Estructural: Afecta elementos esenciales del debate público. 
  • Organizada: Hay una entidad detrás promoviéndola y financiándola. 
  • Falsa: La información en su origen no se corresponde con la realidad. 
  • Intencionada (en su origen): El objetivo inicial es engañar. 

Disfunciones Informativas en las campañas electorales  

En contraste con la desinformación, Rafael Rubio introduce el concepto de disfunciones informativas como algo más inherente a la dinámica de las campañas electorales. Argumenta que las campañas son un espacio de persuasión con sus propias reglas, diferentes a las del debate público ordinario. 

La ciudadanía, según Rubio, no aborda las campañas electorales con las mismas precauciones o prejuicios que el debate público habitual. En este contexto, se toleran ciertos comportamientos que normalmente serían inaceptables, como: 

  • Promesas incumplidas: Hablar de promesas que luego no se concretan.  
  • Ataques al contrario: “Que habitualmente deberían estar desterrados del debate público, pero que forman parte de ese momento fuerte de la democracia en el que el contraste es esencial”. 

En síntesis, el expositor sugiere que, en el contexto electoral, es más útil hablar de «disfunciones informativas» para referirse a estas prácticas de persuasión, diferenciándolas de la desinformación, cuyo objetivo primario es el engaño deliberado y que se amplifica por la participación inconsciente de la sociedad. 

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